Por Adrián Pérez
Uriel Ferera está detenido en la prisión 6 de la localidad costera de Atlit, Israel. El argentino-israelí fue condenado en cinco ocasiones por un tribunal militar a cumplir cinco períodos consecutivos de prisión de diez y de veinte días. Su delito: ser objetor de conciencia, rechazar el reclutamiento del servicio militar hebreo y denunciar la opresión que Israel ejerce sobre el pueblo palestino. “Aunque trataban de entusiasmarlo con un rol dentro del servicio militar, siempre dijo que no iba a participar de nada que tuviera que ver con el ejército”, cuenta Ruty Ferera, su madre, en diálogo con Página/12. Al joven de 19 años lo esperaban el 27 de abril para enrolarse en la base aérea de Hatserim, cercana a Bersheva, la ciudad donde vive con su madre y su hermana Yael, de 20 años. Pero se presentó en la base de Tel Ashomer, Tel Aviv, donde lo esperaba una manifestación del movimiento que apoya a los objetores de conciencia.
Finalmente, el joven pasó por los sectores A, B y C de la prisión militar. Se comunicó con su madre, por primera vez luego de su detención, en la madrugada del 28 de abril. Le contó que lo tiraron al suelo en camiseta y calzoncillos; temblaba de miedo entre cinco soldados que le gritaban y habían barrido el piso con su cuerpo, desde el baño hasta la celda, por negarse a usar el uniforme militar. “Estaba en un estado de nervios que le impedía levantarse”, comenta Ruty. Los guardiacárceles pensaban que Uriel actuaba. Entonces el joven comenzó a rezar.
Finalmente, el joven pasó por los sectores A, B y C de la prisión militar. Se comunicó con su madre, por primera vez luego de su detención, en la madrugada del 28 de abril. Le contó que lo tiraron al suelo en camiseta y calzoncillos; temblaba de miedo entre cinco soldados que le gritaban y habían barrido el piso con su cuerpo, desde el baño hasta la celda, por negarse a usar el uniforme militar. “Estaba en un estado de nervios que le impedía levantarse”, comenta Ruty. Los guardiacárceles pensaban que Uriel actuaba. Entonces el joven comenzó a rezar.
–¡Dios, ayúdame! ¡Dame fuerzas! –imploró en la fría celda.
–Dios está demasiado ocupado en otras cosas. No te va a sacar de acá –se burlaron los soldados.
“Ahí se dio cuenta del nivel de crueldad que los soldados manejaban para tratar a los chicos palestinos”, reconstruye Ruty el primer diálogo con su hijo. La primera semana estuvo incomunicado. La fotógrafa sostiene que la posición esgrimida por Uriel no es respetada ni reconocida en Israel. “A lo sumo, el ejército puede decir ‘este chico no es apto’ o ‘no hay manera de adoctrinarlo’.” La madre no sabe cuándo liberarán a su hijo, pero tiene claro que mientras el cese del fuego no sea definitivo, el chico seguirá en la prisión militar 6. Cuando “se ponen muy pesados” en el ejército, afirma la mujer, los jóvenes piden ver al comandante psicólogo y “se hacen un poco los chiflados”, para ser exceptuados. Por el momento, Uriel descarta esa posibilidad y soporta como pueda la vida carcelaria. “Yo le digo siempre que ya mostró que no quiere enrolarse y sus convicciones contra la ocupación en Gaza”, cuenta la madre.
Días atrás, Udi Segal, un chico de 19 años que vive en el kibbutz de Tuval, al norte de Israel, fue juzgado y condenado a veinte días de prisión por no incorporarse a las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). El hermano de Udi formó parte de la operación Borde Protector hasta el comienzo de la tregua acordada en El Cairo. “Israel puede continuar esta ocupación, pero no en mi nombre”, señaló Segal antes de su detención. “Si bien los padres de Udi participaron de las manifestaciones, no les cierra que el pibe sea pacifista –dice Ruty–. Acá sos un traidor, te insultan, te dicen ‘andate a vivir a Gaza’ si te oponés a la guerra”, agrega.
Quien no quiera servir en el ejército es visto como una basura, refuerza su idea la fotógrafa. “Es una sociedad completamente enferma. ¿Quién en su sano juicio desea que su hijo sea soldado y vaya a matar o morir?”, se pregunta. Y atribuye ese sentimiento a la Europa de la Primera Guerra Mundial: “Aquel patriotismo todavía existe en Israel”, sostiene, y considera que esa configuración social es azuzada por el primer ministro, Benjamin Netanyahu. “El gobierno enciende y atiza el orgullo nacional”, señala.
–Desde que detuvieron a Uriel, ¿nunca pensó en regresar a la Argentina?
–Cuanto más veo estas cosas, más quiero quedarme, más quiero activar y más quiero hablar con gente como vos para que se sepa que en el mundo hay judíos que pensamos distinto, que unas 3000 personas llenaron la plaza de Tel Aviv la semana pasada manifestándose por la paz, que fuimos a protestar frente a la prisión donde está mi hijo. Me siento orgullosa de ser judía y me jode que mi pueblo sea una mierda.
A Ruty se le anuda la garganta cuando habla del conflicto en Gaza. “Nuestro bienestar se sustenta sobre el sufrimiento, la sangre y la muerte de otro pueblo. Me avergüenzo de que mi pueblo esté haciendo esto, en Tierra Santa. Deberíamos ser más dignos y que el mundo diga que el pueblo judío se merece, después de 2000 años de exilio, tener un pedacito de tierra”, señala entre lágrimas. La webcam, cada vez más pixelada en su imagen, devuelve una voz que no pierde su elocuencia. Dice que cuando se junta con activistas palestinos y les da la mano se siente muy cerca de ellos. “Cuando mi hijo se fotografía con un chico palestino que fue encerrado en la misma prisión, pero los chicos con los que fue a la escuela lo insultan, pienso que el amigo, al final, es el palestino, porque el judío te putea”, completa.
“Me tocó ser del pueblo que mata y eso jode. Con la guita que pago mis impuestos se compraron bombas y balas. Por más que sea pacifista y esté en contra de la operación de Israel, también tengo las manos manchadas con sangre”, sostiene. Vuelve a quebrarse cuando asegura que siente más dolor por “los nenitos que murieron acá cerquita, que no tuvieron dónde carajo protegerse”, que por el soldado que murió (Hadar Goldin), al que considera una víctima del sistema porque “le lavaron tanto el cerebro a él y a sus padres que no son conscientes de lo que hacen”. Ruty lucha para que su pueblo cambie de postura: “Quiero que este gobierno de mierda, que hambrea a los judíos y asesina a los palestinos, caiga”. Uriel será liberado cuando el reloj marque las 8 en Atlit. Y será obligado, por sexta vez, a enrolarse en las fuerzas armadas israelíes.
Extraido desde HuertaCapucha.
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